Cada semana el día y hora de reunión es viernes a las siete de la noche, empilchados con saco y corbata como exigen las costumbres y el destino proyectado nos reunimos en casa de Fito para iniciar nuestro periplo. Primero se revisan las direcciones o tarjetas de invitación que conseguimos durante la semana para luego elaborar la ruta que acostumbramos terminar en el quinceañero mas destacado, distritos residenciales o la presencia de una de las orquestas de moda es suficiente señal para decidir donde podemos rematar la noche. Nunca somos menos de cinco ni mas de nueve o diez, el Chévrolet 1962 del viejo de Fito es un lanchón asignado a oficiales de alto rango del ejército peruano que con holgura nos traslada y tenemos a nuestra disposición.
Jorge, un excelente compañero y mejor amigo del colegio era quien me facilitaba datos de direcciones y/o tarjetas de invitación, fue un magnifico joven, educado, risueño y amiguero; de finos modales, muy sociable, estudioso, de buena familia y muy bien vinculado con la sociedad limeña, en resumen el candidato perfecto para la hija casadera de las señoronas de nuestra ciudad. Por lo general él recibía invitaciones adicionales para sus amigos y siempre tuvo a bien guardar por lo menos una para nosotros, aunque nunca fuimos patas o paramos juntos Jorge mantuvo siempre un comportamiento ejemplar conmigo, fue un pitucón extrañamente amable y simpático.
El método que mas usábamos para entrar a estas fiestas era sencillo, uno o mas lo hacían con sus tarjetas (cuando teníamos), efectuaban una rápida inspección y volvían a salir aduciendo olvidar algo en el auto y así asegurar su reingreso, entregaban las tarjetas a otros y nuevamente se entraba; si la seguridad en la puerta era frágil y no contabamos con invitaciones nos colábamos en mancha señalando al último como portador de las tarjetas; otra formula era buscar un conocido dentro y llamarlo para que nos haga ingresar o también enredar a quien cuidada el ingreso con alguna ingenua mentira, nunca fallamos ni tuvimos problemas que impidan nuestro ingreso. De acuerdo a la intensidad, el ambiente del tono podiamos quedarnos un buen rato o salir casi de inmediato para proseguir con nuestra ruta, eso si, la tarjeta de presentación de la C.N.Z. siempre debía quedar sobre la torta o en el centro de mesa del buffet.
Corporación nacional de zampones cuyas siglas son C.N.Z. fue un inocente movimiento cuya única función era meterse sin invitación a cuanta fiesta de quince años se celebraba en Lima, durante dos o tres años recorrimos los mejores ( y otros no tanto) quinceañeros de la ciudad, ahí bailamos, conocimos gente, nos divertimos y sentimos vivir a plenitud nuestra adolescencia superando las ingenuas medidas de seguridad, hasta fuimos reconocidos por algunos miembros de las orquestas que al vernos anunciaban nuestra presencia, era un toque de distinción para nosotros que incluso también lo consideraban algunas dueñas del santo, que la C.N.Z. estuviera en su fiesta sugería popularidad.
Carlo Berscia y Los Mulatos del Caribe como Los bastantes o Gatopàrdos son nombres que ahora vienen a mi memoria, fueron respectivamente las dos orquestas de moda en los sesenta y nuestros directos competidores en las juveniles lides que protagonizamos. Al recordar esos momentos, lugares o circunstancias retrocedo en el tiempo y añoro con bastante nostalgia los deliciosos años de la adolescencia, las libertades que pudimos ejercer, que supimos aprovechar sin provocar daño ni violencia; evoco también una Lima que no llegaba mas alla de Chorrillos por el sur, La Victoria hacia el centro y un naciente Comas rumbo el norte, con poco mas de dos millones de habitantes y una sociedad plagada de costumbres conservadoras. Finalmente refresco pensamientos sobre retos y proyectos personales además de un mundo nuevo por descubrir como conquistar.
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