(Disculpandome por los horrores gramaticales propios de un aprendiz de escribidor)

lunes, 7 de julio de 2008

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Con motivo de la celebración del cumpleaños numero sesenta de un entrañable amigo de la infancia y juventud, de toda la vida, concurrí con la familia a un almuerzo realizado en el fundo de Huaral donde por casi medio siglo trabaja y reside el cumpleañero, regresé después de varios (bastantes) años, estando ahí no pude dejar de recordar con nostalgia los tiempos idos o vividos, abstraerme en voluntaria soledad caminando entre sembríos de mandarina y refrescar aventuras, vivencias o experiencias que acontecieron en ese lugar, que fueron marcando el temperamento u otorgando un sello individual que perdura hasta ahora, hechos que ayudaron a fraguar la personalidad o establecer formas de encarar nuestra existencia, que al ser tan determinantes consolidaron la actitud o el comportamiento necesario para atender la diaria coyuntura que nos toca enfrentar, lo que hoy rige en gran medida nuestra conciencia. Fue ahí donde forjamos parte de los conceptos o pensamientos que hoy podemos esgrimir, ahí fue donde se tomaron decisiones que subsisten en el tiempo, fue cuando y donde aprendimos a resolver o definir nuestras preferencias, prioridades que siempre nos acompañan, que son parte vital de nuestra identidad.

Satisface encontrar amigos después de años, en salud y próspera condición económica, conversar de los hijos ya adultos o conocer sus pequeños nietos; recibir el cariño o aprecio de los chicos ya convertidos en hombres, profesionales o cabezas de familia, descuidar la monótona alimentación urbana para "despacharnos" groseros platos con deliciosos potajes criollos, Chancho al palo, Cau cau y Carapulcra cocinada en leña o frejoles con arroz blanco, rematar con exquisitos picarones de postre; repetir una y otra vez hasta la saciedad en completa armonía con nuestra conciencia y disonancia con la salud. Romper esquemas y particulares métodos de cuidado personal en ingesta de alcohol para "maletear" nuestro estómago, el cerebro con sendas copas de Pisco durante la mañana junto a incontables vasos de whisky y vino en el almuerzo, en el resto de la tarde, baile al son de música criolla, cumbia peruana y reggaetón. Casi doce horas de relajo, de recreo mental y maltrato físico con el incentivo de viejos amigos y mejores aliados, desde la partida en el bus que nos llevó y después, muy tarde, nos trajo de vuelta arrancó la celebración; fin de semana inolvidable, Gracias amigo por invitarnos y a tu señora por atendernos, por los recuerdos que afloraron, las vivencias repetidas y el desmadre personal como general.

4 comentarios:

markín dijo...

Hay una dicha grande en celebracioens de ese tipo, fraternal, casi familiar. Se vuelven `parte nuestra con los años.

La vida campestre, o casicampestre tiene su encanto singular. Tal y como nombras contacto con lo natural, rompiendo los cánones de la prudencia ingestiva, y hast de alcohol.

Tengo recuerdo de sitiaciones similares, ojalá en futuro me toquen volverlas a vivir.

Chau.

Carlos Caillaux dijo...

Volver a encontrar viejos amigos(as); reunirte con quienes solo hablas por teléfono; comer y tomar sin medida pero con prudencia; asumir que hay nuevas generaciones como protagonistas; refrescar años de juventud y meditar sobre todo lo vivido o el paso de los años. De verdad inolvidable.
Saludos.

Unknown dijo...

Reencontrarse con viejos amigos es una experiencia única. ¡Sólo con nombrar todas las tonterías que se hicieron juntos tarda horas!

Y el post me ha recordado que tengo que contactar uno de esos cuantos amigos a los que no veo hace tiempo. ¡Gracias, saludos!

Carlos Caillaux dijo...

Gracias por la visita y seña Victoria, espero contactes a tus amigos y, sepan valorar tu acción.
Saludos.