(Disculpandome por los horrores gramaticales propios de un aprendiz de escribidor)

jueves, 18 de junio de 2009

Encanto del campo

A mediados de los sesenta empezamos a tener el control de nuestras vidas, aunque el mayor de la collera (grupo) aún no llegaba a quince la incipiente adolescencia que germina en cada uno de nosotros tiene denominador común, una marcada pretensión de libertad. Pasamos las vacaciones escolares en Ancón, es ahí donde aprendemos a fumar, beber y pescar; a percatarnos de nuestra capacidad de libre albedrío, sensación que envuelve o embriaga nuestra mente; es cuando escuchamos las primeras canciones de Los Beatles por radio y la testosterona se manifiesta aumentando de manera exponencial nuestro libido; es el momento que podemos hacer lo que siempre (antes) estuvo prohibido, Ancón marca nuestra formación e incluso hoy de forma indirecta gravita en ciertas decisiones.

El "loco" Benjamín se distingue del resto, sus imprudentes acciones y temerarias ideas generan problemas pero siempre las festejamos, sin dudar alentamos sus disparates y nunca dejamos de identificarnos con él, sin darse cuenta o proponerselo el loco asume condición de líder. Uno de sus primeras sugerencias fue organizar una visita a Palpa, hacienda de enorme número de hectáreas y muchísimos años de existencia que se ubica sobre la margen derecha del río Chancay, va desde las afueras de Huaral a escasos kilómetros del litoral hasta las cumbres mas altas de la sierra limeña, abarca dos regiones naturales, tiene ferrocarril propio y suculentas historias que provienen desde la época de la conquista, Palpa pertenece a su familia por tres generaciones y en ella se encuentran trabajando no menos de quince familiares directos entre hermanos y primos hermanos.

Después de tomar desayuno nos juntamos, eramos siete palomillas (pirañas nos dirían hoy) dispuestos a llegar cuanto antes a nuestro destino, solo en ropa de baño y polo partimos caminando desde mi casa en la calle Dos de Mayo hasta la carretera. Apenas empezamos a estirar la mano para conseguir una "jaladita" un camión Ford 600 de baranda que esos años abundaban en nuestras carreteras se detiene e invita a subir a la canasta, cavidad para utensilios propios del camión que se ubica sobre la cabina del chofer; subimos cuatro.

El camión nos deja en la entrada de Chancay, ahí nos reagrupamos con el resto y seguimos hasta Huaral con el mismo método. Llegamos a Palpa en una vieja y destartalada camioneta que funge de colectivo en la ruta Huaral-Palpa; la casa hacienda es inmensa y está bastante deteriorada, tiene un aspecto de abandono que la desmerece, solo algunas de las habitaciones se encuentran limpias y operativas, son estas las que usan los primos que trabajan o viven en el latifundio. Al costado derecho de la casona una maestranza que alberga alrededor de veinte tractores además de numerosos accesorios agrarios permite determinar el colosal tamaño de la finca, detrás del taller una descuidada caballeriza alberga decenas de yeguas, capones y potros. Con ayuda de varios peones cada quien escoge un caballo y salimos a recorrer la chacra.

La increíble sensación que sentí al trotar por diferentes trochas, entre variados sembríos, superando mis temores ecuestres para no quedar en ridículo frente a mis amigos; sintiendo, oliendo el sudor del animal mientras cada muslo va frotando la vieja montura. Aspirando una fresca brisa con aroma de azahares por una floración de manzanos o simplemente contemplando el enorme manto de algodonales que se pierde de vista en el horizonte o cerros que limitan el valle, todo esto fue una experiencia nueva, indescriptible e inolvidable. Apreciar cada sonido de la naturaleza, el agua recorriendo los enormes canales de regadío o reventando sobre gigantescos reservorios; galopar espantando parvadas de tortolitas o solitarias cuculies escuchando el típico golpeteo de alas al remontar vuelo o percibir el agudo silbido del aire y vegetación cuando colisionan. Detenernos a pañar y comer frutas maduras sin bajar del caballo o descansar nadando en alguno de los tantos reservorios mientras los animales agrupados beben en la orilla. Embelesarse mirando el campo en toda su dimensión o galopar en tropel entre gritos, insultos y risas, fue una señal indeleble en mi memoria, un episodio que aún hoy recuerdo y de seguro no olvidaré, una inolvidable sensación, una sucesión de increíbles momentos.

En mi modesto jardín anoche escuchaba el sonido del agua rompiendo sobre la poza de gansos y recordé lo descrito, el sonoro golpe del fluido sobre la calmada fuente me hizo revivir deliciosos fragmentos de mi adolescencia, instantes que en el curso del tiempo se mantienen, me generan regocijo y pretendo preservar.


2 comentarios:

RBC dijo...

"Recordar es volver a vivir" :)

Carlos Caillaux dijo...

Dicen que todo tiempo pasado fue mejor sin embargo no desechemos que siempre habrá nuevas vivencias por experimentar.

Salud.