(Disculpandome por los horrores gramaticales propios de un aprendiz de escribidor)

miércoles, 7 de marzo de 2012

Tu no son preocupas

El otoño del 64 empecé a relacionarme con dos manchas en el Olivar de San Isidro, amigos comunes que frecuentaba durante las vacaciones escolares en Ancón facilitaron la conexión e integración con estos nuevos amigos. En estos flamantes vínculos debí aprender el uso de distintas pautas de convivencia renovando así las utilizadas hasta ese momento en el limitado espacio de vecinos y amistades dentro del ámbito de la cuadra de mi casa. En estos barrios también pude nutrirme de experiencias que sin duda ayudaron a formar como definir mi incipiente personalidad. 

Sin existir relación entre ellos los dos grupos compartían el bosque de olivos del residencial distrito limeño ubicándose cada uno en extremos opuestos del parque. En razón del punto de encuentro eran conocidos como Monserrat y República. El nombre de una reconocida pastelería manejada por una familia de origen español (Montserrat) cerca de la Iglesia Virgen del Pilar como la denominación de la calle donde vivían los hermanos Ruiz, indiscutibles lideres del otro punto de reunión originó respectivamente los calificativos que nosotros mismos usámos para identificarnos. En los dos sitios ejercimos un código de patas de barrio que hoy no es fácil encontrar o escasamente se practica.

Personajes de todo calibre y calidad transitaron en los dos lugares, si bien la mayoría paticipaba en forma permanente otros como el suscrito llegaban o reaparecían de manera eventual. Durante los años que compartimos juntos tuvimos una mutua convergencia de errores o triunfos, fuimos camaradas en peligrosas aventuras e inolvidables palomilladas, protagonistas de estruendosas desilusiones en el arte de la seducción o notables conquistas que motivaron repetidas conversaciones; maduramos con virtuosas muestras de integridad o siendo testigos de lamentables desgracias; participamos en riesgosos acontecimientos al borde de la ley u otros que acabaron en fatal destino. Fueron imborrables circunstancias que guardo entre los recuerdos que perduran y son aún considerados referentes de vida. Hoy, sin perder la esencia, el valor del antiguo vínculo que tuvimos mantengo fluido contacto con algunos miembros de esa hermandad en tanto, salvando excepciones, puedo recuperar en instantes el espíritu de la relación con quienes eventualmente vuelvo a ver.

Perita, Macucho, Fito, Pacocha, Loco, Zorro, Chato, Moñi, Gringo y Chino; Orejón, Goyo, Perón, Tito, Negro, Ciego, Jetón, Charlie, Nancho o Gato son algunos apelativos que usábamos para identificarnos. En cada lado habían gatos sin embargo el de República fue un personaje que en estas lineas quiero exaltar como resaltar por su singularidad, además también permite mostrar con claridad alguno de los códigos de amistad referidos en el párrafo inicial. 

Gato Felix fue un sujeto sumamente especial, era un individuo extraño, introvertido, solitario y burdo, muy rústico e inexpugnable. Su nombre de pila era precisamente Félix, tenía marcados rasgos felinos en el rostro y cuerpo de gruesa contextura, hijo único de un par de excéntricos ancianos que criaban decenas de gatos en una pequeña casa recargada de adornos y llena de ambientes oscuros frente al bosque del Olivar. Este Gato fue un empedernido solitario con una enorme pasión por los autos y la velocidad, reconocido mecánico que trabajó durante muchos años en el taller de Enrique Bradley (el piloto de carreras y mecanico mas famoso de la época) además de estrafalario portador de un risible, insólito como peculiar y extraño léxico, costaba entenderlo y nunca pude resolver si lo hacía en forma natural o forzada. Tu no son preocupas por decir no se preocupen es un ejemplo que ahora recuerdo de su grotesco uso del lenguaje.

Marginar, discriminar o menospreciar eran términos inexistentes, cada miembro del barrio incluido y aceptado por el conjunto era considerado y respetado siempre, por todos, no importaba la actividad, frecuencia de participación, edad o carisma; el caracter, madurez, costumbres o temperamento; la solvencia; el perfil o inteligencia, nada justificaba o era pretexto de segregación, el aprecio hacia todos era fundamental, además siendo ejercido con notable naturalidad por los líderes siempre fue un precepto inviolable. La lealtad, compañerismo y admisión sin reticencia son valores que aprendí y están sellados como consagrados para siempre con mis amigos. 

Que diferencia con los jovenes de hoy, inmersos en su propio, reducido espacio frente a una pantalla, en gran mayoria relacionandose de manera virtual siguiendo patrones no necesariamente nativos o naturales que son dictados o sugeridos por personas foraneas o de costumbres como culturas de otras latitudes. Estarán los muchachos perdiendo la fibra de su origen, en unos años veremos un comportamiento homogeneo en toda la juventud occidental del planeta, habrán intereses de terceros para alienar esta moderna juventud que llega libre y el sistema la vuelve parametrada. Podría seguir preguntando sin encontrar respuestas satisfactorias aunque no podemos negar que el mundo para los jovenes de hoy y futuro próximo parece impredecible.



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