(Disculpandome por los horrores gramaticales propios de un aprendiz de escribidor)

domingo, 1 de junio de 2008

Bautizo y onomástico; extensión familiar

En este fin de semana que recién termina se alborotó el ámbito familiar, dos singulares sucesos ocuparon la atención de todos y de paso (re) confirmaron el desencanto personal que arrastro respecto a la dimensión real del núcleo familiar, pero vayamos por partes y atendamos primero lo principal.

El cumpleaños del menor de mis varones, uno de los eventos mencionados, fue motivo para analizar las "conversas" que recientemente tenemos y así comprender su actual universo (o al menos tratar), captar las necesidades y objetivos que hoy respectivamente tiene o propone este joven de catorce además de verificar la incipiente madurez que va desarrollando, la mismas conversaciones fueron motivo para retrotraer mis vivencias a esa misma edad y sacudir las confusiones que tuve en mi momento además de compararlas con las actuales de mi hijo en este año 2008. Si algo existe en común entre este muchacho del nuevo siglo con ese otro de mediados del anterior es la necesidad de ser reconocido y respetado, como persona en el contexto familiar e individuo en la sociedad; la urgencia de aprender a transmitir a terceros sus vivencias o existencia para así recoger retribuciones que brinden satisfacciones anímicas necesarias para seguir creciendo o, encontrar los mecanismos para hacer valer una supuesta independencia que aún no se sabe definir y menos aplicar con claridad. Pareciera que en algunos aspectos el mundo se detiene.

El bautizo de mi primera nieta Valeria fue el segundo acontecimiento que congrego a toda la familia, la ceremonia religiosa y posterior reunión familiar se realizó de acuerdo a las pautas de los flamantes padres, concordia, muy buen humor y una interacción positiva reino en todo momento; por supuesto, el centro de atención lo concentró la bebe, nueva hija de Cristo y motivo de orgullo de todos los presentes. Sirvió también para comprender que hoy la generación de nuestros hijos es la protagonista de este mundo y quienes tienen sobre sus hombros la responsabilidad de la familia, ya sea como progenitores y padrinos, gestores o propulsores, los abuelos tenemos diferente misión y debemos aceptarla como tal.

Como la perfección es tan difícil de lograr y no todo es color rosa algunos hechos que pueden ser minúsculos o imperceptibles para algunos llegan a ser significativos o relevantes para otros, no hay una relación directa entre los hechos detallados en los párrafos anteriores con lo que a continuación describo pero si guarda vínculos indirectos. No necesito regodearme o sacar a la luz mi particular percepción pero puedo expresar la gran desilusión de tener que aceptar por enésima vez (parece que todavía no lo puedo admitir) que el clan familiar que siempre nos inculcaron nuestros padres se ha disuelto. La rotunda aplicación de ese concepto empezó desde nuestra niñez y se mantuvo consistente hasta los últimos diez o quince años del siglo pasado, recuerdo con nostalgia las temporadas de verano donde convivíamos tres familias juntas en una casona de un balneario limeño mientras en otras se instalaban el resto de los miembros, fuertes lazos entrelazaron sobrinos con tíos o primos con sus pares, ni que decir entre hermanos; complicidad o hasta velados secretos entre miembros de este compacto clan o el conjunto le dieron mayor fortaleza y sentido al mismo, lamentablemente en el curso de años y a pocos se fue diluyendo, la desaparición física del patriarca fue el punto de quiebre final. Lo que ahora tenemos son apellidos compuestos, no somos una gran familia sino diversos núcleos familiares alrededor de un apellido.


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